He aquí un hombre contemplando el final de una
vida, nos creemos fortachones, dueños del mundo y nos vamos en silencio, solitarios
y amarillos, en ocasiones algo miserables, arrogantes, despreciables
y mal hijos.
Nos creemos invencibles, despreciamos al más débil,
nos burlamos del vecino, no hay buenos días, ni saludos, ni hasta luego, somos egoístas,
pero aquí frente a este ataúd no somos si no carne y huesos, mortales que se irán; somos solo un tiempo.
Una vida que se apaga es muestra que es
enserio, no hay forma de evitarlo, al buen hombre y al maldito, al noble y
miserable, al devoto y al lascivo, al demócrata y tirano, al padre y a veces al
hijo, a todos nos vendrá un entierro, y en derredor de ellos se tomará un tinto.